La pandemia causada por la COVID-19 nos está haciendo aprender muchas lecciones. Una de ellas es la capacidad que tiene la investigación científica de reaccionar rápidamente y buscar respuestas a problemas concretos, como el de generar una vacuna eficaz contra el virus. Lo que está ocurriendo en el mundo de la investigación estos meses no tiene precedentes.
En abril de este año, pocas semanas después de la declaración de pandemia por la Organización Mundial de la Salud, había ya 115 proyectos con candidatos prometedores para convertirse en la ansiada vacuna.
La semana pasada, la revista ‘Nature’ informaba de que en la primera semana de septiembre la comunidad investigadora internacional contaba ya con 321 candidatos a vacuna (2,5 veces más que en abril).
De ellos, 33 proyectos están ya en ensayos clínicos, es decir, se están probando en humanos y, por tanto, han pasado unos estrictos filtros científicos y administrativos.
Es, sin duda, un esfuerzo titánico en un tiempo récord, apoyado por una avalancha de financiación pública y privada de dimensiones que nunca había visto la investigación biomédica.
Actividad febril en los laboratorios
La clave de este fenómeno ha sido la implicación conjunta de instituciones, empresas farmacéuticas y biotecnológicas, así como organizaciones de mecenazgo para conseguir apoyar financieramente todo este esfuerzo.
En definitiva, estamos asistiendo a una combinación, antes nunca vista, de actividad febril en los laboratorios, colaboración de la sociedad en los ensayos clínicos y apoyo ingente al trabajo investigador por parte de instituciones públicas y privadas. Otro efecto positivo de esta tragedia ha sido que la sociedad ha entendido mejor el sentido y la misión del investigador en el área de la salud y nuestra tarea, normalmente callada y oculta, ha ganado en visibilidad y reconocimiento.
Son buenas noticias, sin duda en medio de una situación trágica para la salud pública.
Investigación más allá de la COVID-19
En estas líneas, no obstante, no quiero centrarme en la COVID-19 sino, teniendo en cuenta que estamos “en los tiempos de COVID”, referirme a otra enfermedad de enorme incidencia y mortalidad en todo el mundo: el cáncer.
El cáncer estaba antes de la COVID-19, convive con la pandemia y permanecerá cuando nos hayamos deshecho de ella. Esta semana hemos conmemorado el Día internacional de la investigación en cáncer. Es el día en el que se recuerdan más especialmente los esfuerzos de cientos de miles de investigadores que nos dedicamos a luchar contra esta otra “pandemia” que es el cáncer.
Aunque en las últimas décadas las cifras de supervivencia han ido mejorando progresivamente, el cáncer todavía es responsable del fallecimiento de ocho millones de personas cada año, de los cuales 1,2 millones son europeos. En la Región de las Américas, el cáncer es la segunda causa de muerte. Se estima que en 2018, en esta Región, murieron 1,4 millones de personas por esta enfermedad, el 47% tenía menos de 69 años. Son cifras de mortalidad anual enormes que requieren un esfuerzo mucho más intenso en nuestra lucha contra esta patología.
La Unión Europea, en su nuevo plan plurianual para investigación e innovación (2021-2027), ha señalado seis “misiones” prioritarias, una de las cuales es precisamente la lucha contra el cáncer. El objetivo general de la “Misión contra el cáncer” será “salvar 3 millones de vidas desde hoy a 2030”. Es ambicioso, pero no imposible, si se apoya adecuadamente la investigación.
Entre otros temas, la Unión Europea se propone intensificar la investigación para conocer mejor el cáncer y su origen genético, desarrollar nuevos programas de cribado y detección precoz, o avanzar en la medicina personalizada.
Son objetivos atractivos, en los que muchos investigadores españoles estamos ya trabajando desde hace tiempo. Pero, desgraciadamente, en nuestro país, en contraste con muchos otros países europeos, parece que no terminamos de entender la trascendencia de futuro que tiene la investigación.
Para muestra, un botón. Alemania invierte en investigación el 3% de su PIB, mientras que las cifras españolas rondan el 1,2%. La investigación científica todavía no es un sector priorizado en la economía española. Esta falta de atención prioritaria provoca que un buen número de investigadores sufra la falta de medios para llevar a cabo sus objetivos científicos, inestabilidad laboral, burocratización paralizante, falta de acceso a las grandes tecnologías, etc.
El necesario relevo generacional en los laboratorios
Y resulta más serio el problema del recambio generacional. La edad media de los jefes de grupos de investigación en España es de 55 años. Los grupos de investigación envejecen; y la capacidad de estabilización de investigadores jóvenes brillantes en nuestro país es todavía muy limitada, a pesar de los esfuerzos puntuales de entidades públicas y privadas para facilitar el reclutamiento de investigadores jóvenes, formados durante años en centros de vanguardia en el extranjero.
Y por detrás de los jóvenes que deberían estar ya estabilizados, nuestras universidades están formando a muchos más científicos, preparados excelentemente, que garantizarán durante muchos años el relevo generacional en la investigación española. Los mimbres están ahí, pero necesitamos asegurar que podemos construir un buen cesto.
Hace falta invertir generosamente en las nuevas generaciones de científicos, hacen falta incentivos y capacidad de generar motivación en los jóvenes, para que no terminen emigrando a otras zonas del globo donde las condiciones “ambientales” para el investigador son mucho más favorables.
Pero hay señales de esperanza, al menos por parte de la sociedad civil. Un ejemplo paradigmático es el de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) que, entre otros objetivos importantes, está empeñada en conseguir, al menos, una parte de los recursos que los investigadores del cáncer necesitamos para sacar adelante nuestro trabajo.
Los investigadores del cáncer estamos, sin duda, agradecidos a los esfuerzos de los ciudadanos y de las instituciones. Pero necesitamos mucha más ayuda para poder dedicarnos en cuerpo y alma a nuestra misión prioritaria: buscar y encontrar nuevas estrategias para detectar antes y con mayor precisión la presencia de un cáncer, y para tratarlo del modo más personalizado y eficaz posible.
Luis Montuenga, Investigador senior del Cima de la Universidad de Navarra; decano de la Facultad de Ciencias, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en ‘The Conversation’. Lea el original.