Un reciente informe respaldado por más de 75 organizaciones médicas internacionales propone una redefinición integral del diagnóstico de la obesidad. Publicada en The Lancet Diabetes & Endocrinology, esta propuesta busca superar las limitaciones del índice de masa corporal (IMC), la herramienta predominante en la detección de esta condición, mediante un enfoque más detallado que contemple mediciones adicionales y análisis de salud individuales.
El IMC, aunque útil como indicador inicial, presenta limitaciones significativas. No mide directamente la grasa corporal, no refleja su distribución ni ofrece información sobre el estado de salud general. Esto puede conducir a diagnósticos erróneos o tratamientos inadecuados. Según el profesor Robert Eckel, del Campus Médico Anschutz de la Universidad de Colorado, “el almacenamiento de grasa en órganos como el hígado o el corazón conlleva mayores riesgos que cuando se acumula debajo de la piel”.
Este hallazgo pone de manifiesto la necesidad de herramientas diagnósticas más precisas que incluyan medidas como la circunferencia de la cintura o evaluaciones mediante densitometría ósea (DEXA).
Obesidad clínica y preclínica
La Comisión sugiere una categorización más detallada que diferencie obesidad clínica de obesidad preclínica. La primera quedaría definida como un estado asociado con signos objetivos de deterioro en la función orgánica o limitaciones en actividades cotidianas. Como ejemplo se incluyen la insuficiencia cardíaca inducida por obesidad o disfunciones articulares severas. Las personas con esta condición requieren tratamiento inmediato y seguimiento continuo.
En el caso de la obesidad preclínica, se refiere a individuos con exceso de grasa corporal y funciones orgánicas normales, pero con mayor riesgo de desarrollar complicaciones como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares o ciertos tipos de cáncer. Este grupo necesita intervenciones preventivas para evitar la progresión hacia la obesidad clínica.
Enfoque matizado
Según el profesor Francesco Rubino, presidente de la Comisión y miembro del King’s College de Londres, “tratar la obesidad sólo como un factor de riesgo puede privar a muchos de atención urgente, mientras que considerarla siempre una enfermedad puede derivar en sobrediagnósticos y tratamientos innecesarios”. La propuesta busca equilibrar estas realidades, ofreciendo tratamientos personalizados según el nivel de riesgo y la condición específica del paciente.
El nuevo marco también aborda la controversia sobre si la obesidad debe considerarse una enfermedad. Reconociendo que no todas las personas con obesidad se enfrentan los mismos problemas de salud, se aboga por un enfoque más flexible que considere tanto las necesidades clínicas como los riesgos futuros.
Implicaciones para la salud pública
Con más de mil millones de personas viviendo con obesidad en el mundo, la implementación de este modelo podría transformar las políticas de salud globales. Proporcionaría una definición universalmente aceptada y clínicamente relevante, optimizando la asignación de recursos y priorizando tratamientos basados en evidencia.
Este cambio de paradigma pretende mejorar el diagnóstico y garantizar un acceso equitativo a la atención sanitaria. Sobre todo porque al adoptar un diagnóstico más preciso y estrategias personalizadas, se espera mejorar los resultados de salud de los pacientes y reducir la carga económica asociada a tratamientos inadecuados.