El 69% de los pacientes crónicos sufrieron la cancelación de sus consultas programadas a consecuencia de la crisis del coronavirus, según concluye el ‘Estudio del impacto de la COVID-19 en las personas con enfermedad crónica‘ realizado por la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP). Para su presidenta, Carina Escobar, estos datos «ponen en evidencia que el sistema no ha sido capaz de mantener la atención a las personas con una patología previa con el consiguiente impacto en su salud».

«Sabemos que parte del empeoramiento que han sufrido los pacientes ha sido provocado por la paralización de la asistencia, la falta de cumplimiento terapéutico por falta de información, la ausencia de terapias de rehabilitación y el propio miedo a salir a la calle», destaca Escobar.

Las personas con una enfermedad crónica son un colectivo de riesgo ante la posible infección por el coronavirus SARS-CoV-2. Pese a ello, sólo al 8,4% se le realizó la prueba para detectar la enfermedad.

Caos en el sistema

La emergencia sanitaria, considera la POP, ha generado un caos en el sistema sanitario, que ha necesitado reorganizar sus prioridades y, con ello, la asistencia planificada. Hasta al 69% de los participantes en el estudio le cancelaron diversas consultas previstas con anterioridad y el seguimiento asistencial se realizó principalmente por teléfono (54,3%), correo electrónico (16,1%) o a través de teleasistencia (2,5%). El 66,5% de los encuestados se han encontrado sus consultas, pruebas o intervenciones programadas «aplazadas hasta nuevo aviso».

«Todo esto ha debilitado a la sociedad en general, pero a las personas frágiles aún más, con la consiguiente sobrecarga que esto va a generar en los próximos meses, además del impacto que tendrá en la salud de las personas por el retraso en los diagnósticos, los ajustes en la medicación, etc.», se lamenta la presidenta.

María Gálvez, directora de la Plataforma, señala que el 80% de las personas que participaron en el estudio se encontró con dificultades para poder conseguir su medicación durante el Estado de Alarma. Además, sólo uno de cada tres participantes pudo comunicarse con un profesional sanitario de manera telemática (teléfono, correo electrónico, etc.) y el miedo al contagio en los hospitales y centros de salud llevó al 22% de los pacientes a «aguantar todo lo que pudo» antes de acudir a un centro sanitario.

Diferencias entre sexos

Según el informe, la percepción del estado de salud manifiesta notables diferencias entre ambos sexos, ya que tres de cada cuatro mujeres indican que su salud ha empeorado debido a la situación vivida, frente a uno de cada cinco hombres. En este sentido, Gálvez recuerda que «tres de cada cuatro pacientes que han vivido la pandemia en soledad son mujeres, lo que también tiene un gran impacto en su salud».

Entre otros resultados, el estudio señala que sólo uno de cada tres participantes recibió información específica sobre las medidas de prevención que debía adoptar, algo que la POP ha demandando desde el inicio de la crisis.

Los datos también revelan que el impacto de la pandemia ha ido más allá de lo sanitario. Así, el 34,1% afirmó que la crisis ha afectado negativamente a su situación laboral, con el consecuente impacto económico, especialmente en el caso de las mujeres. De los pacientes encuestados que siguieron activos laboralmente durante el Estado de Alarma, el 36,4% se vio obligado a seguir acudiendo a su puesto de trabajo pese a ser población de riesgo. Tres de cada cuatro de ellos eran mujeres.  

El 40,6% de los pacientes consultados sintió la necesidad de tener acompañamiento psicológico durante la crisis, pero solo el 3,4% recibió este apoyo.  


 Propuestas de la POP de cara al futuro

1. Construcción de un sistema proactivo que sea capaz de segmentar a los más vulnerables teniendo en cuenta los factores de riesgo. Debemos ser conscientes de la importancia de priorizar a las personas que más lo necesitan y que en muchos casos son las que menos solicitan ayuda.

2. Potenciar la comunicación entre las organizaciones de pacientes, la administración y el resto de agentes sanitarios. No contar con la participación de los pacientes a la hora de elaborar mensajes dirigidos a la población de riesgo es un error.

3. Deben garantizarse los tratamientos a los pacientes evitando que, por falta de información, caducidad de la receta, etc., haya problemas de adherencia. La dispensación a domicilio ha resultado muy beneficiosa para muchos pacientes y debemos establecer criterios que nos permitan poder seguir manteniendo este servicio.

4. Potenciar y dotar unmodelo de atención primaria y comunitaria que dé respuesta a las necesidades complejas de las personas con enfermedades crónicas, desde la cercanía de lo local y el compromiso de la comunidad, poniendo en marcha redes de apoyo vecinales trabajando de manera coordinada con atención primaria.

5. Potenciar la teleconsulta como modelo de atención permanente, siempre que sea posible y sin que ésta suponga la eliminación de la consulta presencial.

6. Regular e impulsar el teletrabajo para las personas con enfermedad crónica. Cuando no sea posible se debe tener en cuenta a las personas de riesgo y establecer un entorno seguro.

7. Potenciar la atención a la salud mental, también ligada a la enfermedad y la soledad. Ha sido una de las demandas más contundentes por parte tanto de los pacientes como de sus familias.

8. Concretar programas de apoyo al cuidador.

9. Garantizar las medidas de protección tanto a sanitarios como a pacientes para que se pueda mantener la asistencia sanitaria y sociosanitaria en este escenario de convivencia con el virus. Además de un plan de vacunación que priorice a las personas de riesgo.

10. Lanzar campañas de concienciación apelando a la solidaridad sobre cómo podemos proteger nuestra salud a la vez que protegemos las de los demás, especialmente a los más vulnerables.


Este estudio se basó en un cuestionario en línea anónimo al que respondieron 529 pacientes crónicos. Su perfil correspondió a personas con enfermedad cardiaca (30,4%), artrosis (11,4%), enfermedad mental (9,5%), diabetes (6,8%) y EPOC (6,1%). El 76,9% de los encuestados tenían más de una dolencia.

Los participantes contaban con una media de 51,5 años de edad y el 85,5% vivía acompañado. Una de cada cuatro, mayoritariamente hombres, necesita ayuda de un familiar o cuidador informal para poder realizar algunas actividades básicas de la vida diaria y el 35,3% tenía reconocido un grado de discapacidad. El 49,6% pertenecía o colaboraba con una asociación de pacientes.