José Colis
Responder a la propuesta de escribir a vuelapluma me parece difícil, arriesgado y por tanto interesante, no en vano nos toca vivir, como a todos los hombres, malos tiempos, donde muchas cosas parecen realizarse sin meditar y al mismo tiempo sin vacilación, con la cara del que sabe; tiempos donde nuestra vida, emociones y sentimientos se depositan en la línea de tiempo de las redes sociales, allí donde la mercancía somos nosotros mismos. Tiempos y espacios cansados, líquidos, esféricos, donde se vaticina que estamos ya irremediablemente perdidos. A todos nos duele la espalda y nos duele Trump; el calor impropio del otoño, el rentable –para algunos- individualismo que devuelve la fragmentación y la soledad; el tipo solitario que se hace un selfie en un parque vacío, la desconfianza como principio; la mujer vulnerada, el niño acosado, sus vidas dañadas, la necesaria invisibilidad del otro, el neoliberalismo y su mercado laboral canalla; el poder inadvertido, Alexa por toda compañía, el malestar que busca remedio en la consulta; la niña que ya no quiere ser princesa, que quiere ser influencer, nuestros datos a la luz, la tuitera impostora que te canta las verdades, la imagen falsa, el fake; lo gordo, flaco, lo flaco, gordo, el mundo al revés; la verdad maquillada, lo blanco o lo negro, la extinción de los matices; los salvadores que regresan del pasado, el algoritmo que conduce y reconduce, que vigila y castiga; la muerte del discurso, Me gusta, No me gusta, Me divierte; la pospalabra, la posverdad, el eslogan emotivo, no fumes, vapea la libertad; el mundo en tus manos.
A pesar de estas aguas turbulentas los ciudadanos, a contracorriente, se levantan por las mañanas y continúan con sus vidas. Se quejan, protestan, se agrupan por barriadas, quizá fantasean con mundos habitables; incluso los audaces, numerosos, reflexionan y deliberan sobre nuevos caminos que muestren la salida. Por lo demás, durante el día, el bullicio de la calle distrae y en su trasiego nos embarga la fascinación de que el mundo continúa como si tal cosa; y en ese teatrillo del mundo regresa la preocupación por lo cotidiano, el trabajo, la empresa, la familia, el dinero, el cuidado de la salud, los estudios de los niños, los planes, los proyectos, en fin, materiales con los que se construye la vida de todos.
Esta sociedad de la incertidumbre es donde se ubica la vida de todos, lugar que aunque precario es el que habitamos y único que podemos ofrecer a quien aspira a integrarse con pleno derecho en el grupo social y el mundo del trabajo. ¿Esperamos la llegada de un mundo mejor para incluir al excluido? Resulta difícil concebir otra inclusión que la incondicional, en la que el sujeto, dueño de sus decisiones, puede participar y comprometerse con el grupo social al que pertenece, llueva o truene afuera, maltrecho el grupo o no, y si maltrecho, mayor arrojo y dignidad alberga la voluntad de sumarse. Otra forma de inclusión se presenta como un simulacro, un regreso a la sobreprotección y el desplazamiento, erigirse voz que habla por los otros; un desconocimiento –y esto se antoja lo más grave- de la condición, potencialidad y aspiraciones de las personas atendidas. “Personas de servicios sociales están con los enfermos mentales todo el día, realmente han ocupado actualmente el lugar que antes tenía el psiquiatra; el psiquiatra antes vivía en los manicomios y pasaba el día con los enfermos mentales. Eso ha desaparecido. El psiquiatra ahora ve al enfermo diez minutos o un cuarto de hora en el mejor de los casos (…) Si estás con él todos los días, ves que es una persona que por un lado no está loca sino que es completamente normal, igual que nosotros”, dice el psiquiatra Fernando Colina.
Desde que la conozco, y la conozco desde su inicio, la rehabilitación laboral nace fundamentalmente como cuidado y apoyo a la voluntad de participación del individuo; sólo desde la ocurrencia se puede atribuir a la rehabilitación laboral el afán de sumar sujetos productivos a las viejas y nuevas formas de explotación laboral. Invalida y menosprecia, desconoce en su integridad al sujeto atendido, quien sostiene que la atención rehabilitadora, atravesada por la ideología neoliberal, pretende convertirlo en mero agente productivo. Detrás de esta afirmación me temo se vislumbra, disfrazada de un correcto progresismo, la vieja concepción del sujeto paciente, desconocido, sometido a la voluntad profesional, pasivo, entretenido, del que poco o nada puede esperarse, el que a poco o a nada puede aspirar, el que poco o nada puede aportar. Sucede que ahora la participación es un derecho, un proyecto personal que debe de ser apoyado y acompañado hasta el grado que el propio sujeto estime y valore. Es obligación de nuestras sociedades empoderar las capacidades básicas de todos los seres humanos para que puedan desarrollar aquellos planos de vida que tengan razones para valorar, escribe Amartya Sen. Y en esta línea, cuando alguien dice que en los centros de atención se debería consultar a los afectados cuando se está tomando una decisión importante para su vida, no está expresando una opinión, está hablando en términos de justicia, aporta la filósofa Adela Cortina. La rehabilitación laboral pretende apoyar una incorporación paulatina y pretendida por el sujeto a la vida de todos, y desde allí, afirmar la pertenencia al grupo y propiciar su participación. A este respecto, sólo una pincelada más. Aun en nuestro país y en muchas otras zonas del mundo, las personas afectadas por Trastorno Mental Grave no pueden elegir la formación o el trabajo como instrumento para escapar de una situación de necesidad, aislamiento, desamparo, cronicidad, inactividad o exclusión. Simplemente, no es para ellos una opción. Ello se debe a que los seres humanos elegimos entre opciones que consideramos a nuestro alcance; descartamos aquellas que consideramos inalcanzables, bien por falta de recursos, bien por la asunción esencial de la propia condición estigmatizada o simplemente porque no tenemos conocimiento sobre ellas. Este sesgo cognitivo bajo el que funcionamos limita nuestra toma de decisiones, que ingenuamente creemos libre. Ello nos obliga a los demás a aumentar la información y perseverar en la lucha contra el estigma y su expresión más lacerante, el autoestigma. Esta provisión de información debe incluir también a los profesionales de la salud, que mantienen todavía ignorancia o consciente escepticismo sobre las potencialidades del sujeto, al que se deben y están al servicio como profesionales de lo público. Lo mismo ocurre con el concepto de “recuperación”, que nos habla de la posibilidad de emerger como persona más allá de los efectos del trastorno y que está descrita y afinada en otras mil definiciones. ¿Acaso conocen todos los afectados ese planteamiento del problema y las opciones que propone? Esa perspectiva, que nació entre los afectados, debe llegar a los profesionales que, partidarios o no, creyentes o ateos, están obligados a trasmitirla a sus pacientes. El lado más fastidioso de la ética es que nos obliga, y esa es precisamente su esencia.
Esta vida de todos, en lo que tiene de cotidiano, lejos de desarrollarse en la quietud se construye en permanente movimiento y el hombre transita por ella de manera dinámica. Pico della Mirandola, en el siglo XV, escribía en Elogio de la dignidad humana que los otros seres vivos que habitan la tierra fueron creados con dones superiores a los recibidos por el ser humano; ellos poseían lugar predeterminado en el mundo y son lo que son de forma inmutable. La privación de estos dones nos abocaba a la errancia y por así decirlo, nos convertía en seres destinados a completar la tarea inacabada de un dios indolente. Ese viaje nos nutre, azota y modela como el escultor trabaja su barro; al contrario que la escultura resultante, que se yergue presente e inmóvil, el vulnerable sujeto que somos atraviesa con esfuerzo un pasillo hacia el futuro en cuyo transcurso se da forma y contenido a sí mismo. Debe interesarnos y comprometernos la idea de la mujer y el hombre que busca y se constituye como proyecto; esa capacidad de proyección que abre el horizonte a la posibilidad nueva, posibilidad que se vuelve asiento de la esperanza. La función de la esperanza es generar un excedente, un impulso que dirija la acción en el momento presente. El diagnóstico psiquiátrico lleva con frecuencia adherido el “abandonad toda esperanza” que puede leerse a las puertas del infierno de Dante. Ello supone privar al individuo del aire que necesita para vivir, asfixiarlo, anonadarlo, convertirlo en la estatua de antes, quieta, presente y sin tiempo. El presente está impregnado de la expectativa de lo que está por venir. El proyecto, a la vez que nos salva y da sentido, nos compromete y, en cierto modo, mediante un hilo invisible, tira de nosotros; el objetivo requiere respuesta y movimiento en el momento mismo que lo establecemos.
El Centro de Rehabilitación Laboral se instala en tierra fronteriza, pues está concebido como lugar de tránsito hacia la comunidad, adquiridas las herramientas y presentes los apoyos para afrontar sus variados requerimientos. Ese tránsito es también un camino hacia el otro y los otros. Entendemos al sujeto en tanto sujeto de relación, biográfico, simbólico, dotado de lenguaje, cuya expresión integral se muestra en su contacto con los otros. Muy dura pero significativamente se escribió: El infierno son los otros. El otro supone, por así decirlo, una presencia que a la vez nos salva o nos condena, acompaña o aísla, asombra y seduce, o por el contrario disgusta, contraría y causa nuestro desasosiego. Si hablamos de la esperanza, también debemos hacerlo de la confianza, que es la esperanza depositada en los otros; si de vivencia, hablaríamos mejor de convivencia; si de responsabilidad con más razón hablaríamos de compromiso, promesa que importa y contempla la presencia del otro y de los otros. Hablamos mucho del vínculo, de la conveniencia de establecer vínculos; pero en ese propósito aparece a la vez el poético enlazamiento, cuanto también, etimológicamente, la atadura y el encadenamiento. Aun incluso la palabra “compañero” nos habla de la apremiante presencia del otro, con quien establecemos el compromiso de compartir el pan. En el grupo social parece ineludible el establecimiento de compromisos, y no me refiero a una mera relación de intercambio mediada por algún tipo de contrato, sino, en definición de César Rendueles, “tipo de vínculos sociales que no pueden ser entendidos ni como una imposición ni tampoco como una libre elección, como una mera preferencia. Ese compromiso, al menos a veces, constituye una fuente de realización personal. Lo que se opone al individualismo y al malestar que acarrea, no es el altruismo, no es la empatía, lo que se opone es el compromiso.” Los objetivos del compromiso varían en grado y conforme avanzamos en nuestra trayectoria vital pueden ser cada vez más ambiciosos y exigentes; pero siempre dan forma a nuestra pertenencia y participación en el grupo. A este respecto, la rehabilitación laboral es lugar de tránsito cuya duración depende de las cambiantes necesidades del sujeto, un proceso ni corto ni largo, pero siempre dinámico; tampoco tiene un final predeterminado ni su resolución responde a un deber ser que acaba irremisiblemente en el empleo. Como parte de un itinerario de formación o empleo caben logros que tienen que ver con la participación y el compromiso en recursos de la comunidad, asociaciones de diversa índole (espacios de igualdad, deportivas, culturales, ocio) donde el sujeto se incorpora con naturalidad siendo ciudadano en el grupo de ciudadanos; voluntariado, donde a la participación y el compromiso se añade el valor de protagonizar el apoyo y el cuidado de otras personas con sus particulares dificultades (grupos de personas sin hogar, mayores, otras discapacidades), donde el sujeto, además de participante se erige como cuidador que ayuda a otros y teje a su alrededor redes sociales naturales y con significado.
En la autonomía y responsabilidad está la sanación, decía Jean Oury; Algo de sanación hay en el hacerse cargo y en el abandono del victimismo, añade Amador Fernández Savater. El filósofo Han, por su parte, propone otro camino hacia la sanación, dejar atrás el narcisismo y mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia.
*En este texto, en cursiva, se citan neologismos, frases y versos de Jorge Luis Borges, Agustín García Calvo, Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman, Peter Sloterdijk, T. W. Adorno, César Rendueles, Joaquín Sabina. George Steiner. Jean Paul Sartre.
Artículo publicado en el Boletín nº33 de la AMRP. Asociación Madrileña de Rehabilitación Psicosocial, en Diciembre de 2019. http://www.amrp.info/?p=1202