En lo que llevamos de siglo, los avances en el ámbito del cáncer de próstata han sido notables, tanto en tratamientos como en su diagnóstico. Se trata de una enfermedad que se supera en más del 90% de los casos, pero para lograrlo es determinante que se detecte en estadios iniciales. Y teniendo en cuenta que en estas etapas no causa síntomas, lo mejor para alcanzar ese diagnóstico precoz es participar en pruebas de cribado de forma periódica, sobre todo a partir de los 50 años, cuando aumenta el riesgo de padecerla.
Son procedimientos sencillos: un tacto rectal y una analítica de sangre para medir el antígeno prostático específico (PSA), con el que se puede detectar la presencia de células cancerosas. Si en alguno de estos casos saltan alarmas es momento de pasar a una siguiente fase diagnóstica, utilizando esas novedosas técnicas a las que me refería en el inicio de este artículo. Por ejemplo, la resonancia multiparamétrica es una herramienta avanzada y muy precisa, que combina varias secuencias de imágenes y proporciona una visión muy detallada de la próstata y de las posibles anomalías que puede tener.
Sistemas de imagen como los que nos aportan compañías especializadas, como Fujifilm, también nos están siendo útiles para la extracción de muestras en el ámbito del cáncer de próstata: la biopsia guiada por ecografía o resonancia es un buen ejemplo. Hemos sido capaces de integrarla en los sistemas de braquiterapia de alta tasa de dosis (un tratamiento que libera radiación de forma muy localizada sólo donde se encuentra el tumor), que con la resonancia puede hacerse en tiempo real. Esto está sirviendo para cambiar el manejo de los pacientes, ya que nos permite ver nódulos que no se ven en una ecografía porque están en zonas muy periféricas, cerca de la uretra, y aumentar las dosis en la zona tumoral con mucha más precisión.
No obstante, los ecógrafos de nueva generación siguen siendo extremadamente útiles en este campo y por ello siguen siendo la base del diagnóstico. La ecografía es una prueba mucho más sencilla y accesible que nos ayuda a ver en tiempo real la próstata, las lesiones que puede haber en ella y el camino que debemos seguir para extraer muestras de tejido. Eso sí, utilizar de forma complementaria la resonancia nos da una calidad de imagen mucho más adecuada para la evaluación final. De hecho, creo que la resonancia se irá imponiendo poco a poco en el seguimiento del cáncer de próstata por las ventajas que ofrece.
Al igual que el trabajo multidisciplinar de todos los especialistas que nos dedicamos al ámbito oncológico, estas tecnologías han impactado claramente y de forma positiva en la calidad de vida de los pacientes de cáncer de próstata, porque esa precisión repercute en tratamientos menos agresivos y que generan menos efectos secundarios. Es más, el peso que tienen estas técnicas es tal que en ese trabajo multidisciplinar anteriormente comentado debemos incluir a ingenieros médicos que nos van a ayudar a adaptarnos rápidamente como sanitarios a todos esos cambios que se están incorporando en la práctica clínica diaria.
En este sentido, no podemos olvidar la llegada con fuerza de la inteligencia artificial, integrada cada vez más en los softwares de los equipos de diagnóstico por imagen. De hecho, ya conocemos clínicas especializadas en urología y cáncer de próstata que están diseñando algoritmos muy específicos para precisar aún más sus diagnósticos, tratamientos y seguimientos. En general, los softwares de IA procesan y cruzan los datos que se generan en cada prueba para que sea más fácil localizar tumores en la próstata y, con ello, ofrecer estudios mucho más exhaustivos y certeros. Una realidad que avanza a una velocidad de vértigo a la que es necesario adaptarse.