Saltarse el desayuno no ayuda a perder peso. Por el contrario, podría incrementar el riesgo de sobrepeso y obesidad. Y es que, como muestra el estudio llevado a cabo por investigadores del Imperial College de Londres (Reino Unido) y presentado en el Congreso Neurociencia 2012 celebrado en Nueva Orleáns (Estados Unidos), las personas que evitan desayunar sienten más tarde unas mayores ganas de ingerir alimentos grasos y ricos en calorías.

En palabras del Dr. Tony Goldstone, autor principal de la investigación, «nuestros resultados muestran el desafío que representa el reto de perder peso, pues dejar de comer hace que los alimentos calóricos resulten más atractivos«.

¿Lechuga o pizza?

Para llevar a cabo el estudio, los investigadores analizaron durante dos días cómo respondían 21 personas jóvenes y un peso normal ante fotografías con distintos alimentos –chocolate, pizza, verdura y pescado–. Para ello utilizaron un escáner de resonancia magnética funcional, en el que observaban la respuesta cerebral ante cada fotografía.

El primer día, los participantes desayunaron una hora antes de someterse al escáner –un desayuno de 750 calorías que incluía cereales, pan y mermelada–. Pero no así el segundo, en el que llegada la hora del almuerzo se observó cómo los participantes ingerían una comida con un aporte calórico hasta un 20% superior.

Como explican los investigadores, «saltarse el desayuno provocó que el cerebro produjera una predisposición hacia los alimentos ricos en calorías ya que la corteza orbifrontal, la región del cerebro que se sospecha que está involucrada en la atracción a los alimentos, se volvía más activa cuando el estómago estaba vacío». Numerosos estudios previos ya habían constatado que el desayuno calma el apetito. Y ahora, gracias a esta investigación, ya se conoce cómo actúa el cerebro en las situaciones de ayuno.

Perder peso es difícil

En definitiva, el ayuno, sobre todos cuando es prolongado, parece crear una tendencia para que ciertas regiones del cerebro graviten hacia los alimentos con mayor aporte calórico en el momento en el que la persona recibe comida. «Así lo hemos observado tanto en los escáneres como en nuestras observaciones: el ayuno hace a la gente más hambrienta, por lo que come alimentos ricos en calorías y en mayores cantidades«, concluyen los investigadores.

Y es que «desde el punto de vista evolutivo, cuando la persona se encuentra en una situación negativa de balance de energía no va a perder el tiempo eligiendo una lechuga; así, una razón por la que es tan difícil perder peso es porque se incrementa la atracción de los alimentos ricos en calorías», apunta el Dr. Goldstone.