Cada seis segundos, independientemente de la edad o el sexo, una hermana, un hermano, una esposa, un esposo, una hija, un hijo, una pareja, una madre, un padre o un amigo morirá en el mundo a causa de un ictus, también conocido como enfermedad cerebrovascular. Para concienciar en torno a este gigantesco problema de salud pública, hoy sábado, 29 de octubre, se celebra el Día Mundial del Ictus.

Las enfermedades cerebrovasculares (ECV) son todas aquellas alteraciones encefálicas secundarias a un trastorno vascular. Su manifestación aguda se conoce con el término ictus –que en latín significa «golpe»— porque su presentación suele ser súbita y violenta.

El ictus es la segunda causa mundial de fallecimiento en las personas mayores de 60 años, y la quinta en las personas de entre 15 y 59 años. Cada año, casi seis millones de personas mueren en el mundo por esta causa, que, de hecho, es responsable de más muertes cada año que las atribuidas al sida, la tuberculosis y la malaria juntas.

Las cifras de España

De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2006, el ictus fue la segunda causa de muerte en la población española (32.887 casos en total, solo detrás de la cardiopatía isquémica) y la primera causa de muerte en la mujer (19.038 casos). Es, también, la primera causa de discapacidad permanente en la edad adulta. Muchos de los pacientes que sobreviven sufren secuelas importantes que les limitan en sus actividades de la vida diaria.

Por otra parte, el 75% de los casos de ictus en España afectan a personas mayores de 65 años y, debido a las previsiones demográficas, según las cuales tendremos en 2050 una de las poblaciones más envejecidas del mundo, se prevé un gran incremento de su impacto en la sociedad.

El ictus no discrimina

El ictus no discrimina y no respeta fronteras. Por eso el Día Mundial del Ictus reúne a asociaciones de pacientes, grupos de ayuda, redes de apoyo para supervivientes, autoridades de salud pública, profesionales de la salud, y más aún, a toda la sociedad civil en torno a varios objetivos para intentar aminorar su tremendo impacto: educación integral, prevención, tratamiento adecuado y apoyo y cuidado a largo plazo de los supervivientes.

El ictus ocurre cuando un vaso sanguíneo que transporta oxígeno y nutrientes al cerebro es bloqueado por un coágulo o se rompe. Cuando eso ocurre, parte del cerebro no recibe la sangre y el oxígeno que necesita y comienza a morir. La extensión y localización del daño sufrido por las células cerebrales determina la gravedad del accidente cerebrovascular, que puede variar desde leve hasta catastrófico.

Dado que las diferentes áreas del cerebro controlan diferentes funciones, los efectos específicos de un ictus concreto depende de qué área del cerebro haya dañado. Un ictus leve en un área crítica del cerebro puede causar una incapacidad permanente.

¿Cuáles son los señales de advertencia de un ictus?

– Debilidad o entumecimiento repentino en la cara, el brazo o la pierna, especialmente en un lado del cuerpo.

– Confusión repentina, dificultades en el habla o en la comprensión.

– Dificultades repentinas en la visión.

– Dificultades repentinas en el desplazamiento, mareos, pérdida de equilibrio o descoordinación.

Tipos de accidentes cerebrovasculares

Hay dos tipos de accidentes cerebrovasculares causados por un vaso sanguíneo aislado que impide el flujo de la sangre al cerebro:

– Cuando el vaso sanguíneo es bloqueado por un coágulo de sangre: ictu isquémico (representan entre el 80 y el 85% de todos los ictus).

– Cuando el vaso sanguíneo se rompe, produciendo un derrame de sangre en el cerebro: ictus hemorrágico (el 15-20% de todos los casos).

Secuelas del ictus

Los siguientes trastornos pueden ocurrir como secuelas del ictus y afectan a la mayoría de los pacientes de ictus:

– Dolor.

– Depresión.

– Deterioro cognitivo.

– Espasticidad (músculos tensos o rígidos).

Coordinación, la clave

A la hora de abordar el ictus, es vital contar con un plan integral de actuaciones médicas desde el inicio del tratamiento que asegure la máxima recuperación del paciente, ya que está comprobado que la actuación sistematizada, tanto desde el punto de vista médico como de enfermería, es de vital importancia para minimizar dentro de lo posible las secuelas que ocasiona.

A lo largo de la historia de la medicina, todas las denominaciones con las que se han conocido este proceso clínico-patológico han estado asociadas a una connotación de mal pronóstico y de imposibilidad de recuperación. «Sin embargo –recuerda el Dr. Jorge Matías-Guiu, coordinador científico de la Estrategia en Ictus del Sistema Nacional de Salud (SNS)–, en las dos últimas décadas se ha producido un cambio espectacular en las acciones de prevención, pero, sobre todo, en cómo debe realizarse el tratamiento de estos pacientes, lo que ha llevado a una marcada disminución de la mortalidad y las secuelas«.

Probablemente, el aspecto más interesante de este cambio es que no ha venido asociado con la aparición de fármacos mucho más efectivos o de nuevas técnicas quirúrgicas, como ha ocurrido en otras áreas de la medicina, sino que, aunque también se han producido estas innovaciones, la nueva situación se ha debido a la mejora en las fórmulas de organización y atención sanitaria. Por ello, el ictus, hoy día, representa también y sobre todo un parámetro del funcionamiento de un servicio sanitario, y tasas bajas en su mortalidad y morbilidad aguda suponen un indicador de calidad en la atención sanitaria.

En cualquier caso, prevenirlo es mejor que tener que adoptar medidas terapéuticas una vez que ha ocurrido. Se considera que la puesta en marcha de medidas eficaces de prevención puede evitar más muertes por ictus que todos los tratamientos trombolíticos, antitrombóticos y neuroprotectores en su conjunto.

Aunque la enfermedad coronaria y el ictus comparten diversos factores de riesgo, la importancia que tienen en cada una de estas condiciones no es de la misma magnitud. A diferencia de lo que ocurre en la cardiopatía isquémica, en el ictus el factor de riesgo más importante es la hipertensión arterial. Este factor se asocia tanto con los ictus isquémicos como con los ictus hemorrágicos. Los restantes factores de riesgo (obesidad, tabaquismo, dieta, consumo de alcohol, colesterol elevado, diabetes, etc.) presentan grados de asociación más moderados.

La clave: El éxito en la atención del ictus reside, en buena parte, en la rapidez con la que se detectan los síntomas iniciales y se contacta con los sistemas de emergencias médicas para comenzar a actuar con la mayor celeridad posible.