Los hombres pasan de media 3,2 años para la obtención de un diagnóstico efectivo sobre su enfermedad crónica, mientras que en el caso de las mujeres esta media se eleva hasta los seis años. Este es uno de los datos más significativos extraídos del estudio ‘Mujer, discapacidad y enfermedad crónica’ que acaba de presentar la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP), miembro de Somos Pacientes, en el Congreso de los Diputados.
Para la presidenta de la Plataforma, Carina Escobar, a la luz de estos datos “no se puede negar que la mujer está infradiagnosticada”. “Tenemos que trabajar claramente en el ámbito de la salud, social, laboral y el de las relaciones sociales. En este último, que también impacta en mayor medida en nosotras, debemos poner el foco en la soledad no deseada y en diseñar estrategias que nos permitan innovar en cuidados para paliar la situación”.
La encuesta en la que se basa el estudio, realizada en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid, revela numerosos datos de interés sobre la percepción que los pacientes tienen sobre su propia salud, así como la situación de hombres y mujeres con enfermedades crónicas en el ámbito familiar, social y laboral. También aporta información sobre el impacto económico que la enfermedad tiene en las familias.
Autopercepción
En cuanto a la autopercepción de los pacientes de su estado de salud, un 50% de las mujeres entrevistadas evalúan su estado como malo o muy malo, frente a un 28% de hombres.
También los hombres están más satisfechos que las mujeres con el tratamiento que reciben: 6,3 puntos sobre 10 frente a los 4,8 puntos reportados por las mujeres. “A mayor retraso del diagnóstico peor es el estado de salud percibido, peor es la satisfacción con el tratamiento y mayor la progresión que se aprecia en el avance de la enfermedad”, recuerda Escobar.
El estudio también refleja que solo el 38% de las personas con enfermedad crónica cuentan con el certificado de discapacidad. Los hombres obtienen en mayor medida este certificado (43%) frente a las mujeres (34%). La presidenta de la POP recuerda que se trata de un reconocimiento que “fomenta la inserción social y laboral de las personas con enfermedades crónicas y donde la mujer se encuentra con claros obstáculos”.
Trabajo
Un 38% de las mujeres con enfermedad crónica trabajan, mientras que, en el caso de los hombres, este porcentaje baja hasta el 32%. “Esto se explica porque las mujeres consiguen menos incapacidades permanentes, es decir, no pueden dejar de trabajar”, añade María Gálvez, directora de la POP. Los hombres con pensión son muchos más: mientras un 20% obtiene la incapacidad laboral permanente, tan sólo un 11% de las mujeres la consigue.
Para la directora de la POP, otro dato que llama la atención es que un 60% de los hombres que se encuentran en un estadio 2 de avance de la enfermedad obtiene una pensión contributiva, mientras que tan solo lo consigue un 16% de las mujeres.
El papel de la mujer también destaca no sólo por su situación como paciente, sino también por su rol de cuidadora de una persona con discapacidad y/o en situación de dependencia: un 19% de mujeres frente a un 15,5% de hombres. Además, cuando el cuidador es una persona con enfermedad crónica, el cuidado al otro supone un claro empeoramiento de los síntomas de su enfermedad: el 36% de las mujeres afirman que su salud ha empeorado algo o mucho frente a un 28% de hombres.
Relaciones sociales
Finalmente, en cuanto el impacto de la enfermedad en las relaciones sociales, el 76% de las mujeres frente al 56% de los hombres afirman relacionarse menos que antes de tener la enfermedad. Gálvez recuerda que “cuanto mejor es la percepción del estado de salud mayor vida social se tiene (o viceversa)”.
La Plataforma de Organizaciones de Pacientes concluye su informe con algunas propuestas para superar estas diferencias de género. Entre otras destaca el ajustar los criterios de diagnóstico desde una perspectiva de género, analizando y diferenciando los síntomas que presentan uno u otro sexo; mejorar la información y formación sobre las enfermedades crónicas y una mejor coordinación entre los diferentes niveles asistenciales que permita acortar tiempos; la modificación de los baremos de discapacidad para que incorporen la realidad de las personas con enfermedades crónicas o el establecimiento de medidas de conciliación de la vida personal y laboral que eviten la doble jornada de trabajo doméstico y de cuidados.