Este sábado, 28 de mayo, se celebra el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres, una efeméride instituida en 1987 por la Red por la Salud de las Mujeres Latinoamericana y del Caribe para reivindicar su derecho a disfrutar de una salud de calidad y gratuita. Y es que las mujeres experimentan desafíos de salud únicos a lo largo de su vida, hasta el punto de que un 40% –frente a un 30% de los hombres– acabará padeciendo una enfermedad crónica.
Es más; como muestra un estudio llevado a cabo en 2020 por la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP) y la Universidad Complutense de Madrid (UCM), las mujeres con patologías crónicas no son solo más numerosas que los varones, sino que también son diagnosticadas más tarde, lo que acarrea un mayor impacto negativo en su vida social, el ámbito laboral y su situación económica.
El hecho es que la ciencia ha demostrado que existen diferencias de género entre hombres y mujeres en cuanto a la salud, y que es necesario hacer estudios teniendo en cuenta esta variable para garantizar la prevención, la mayor precisión en el diagnóstico y la igualdad de derechos de las mujeres a ser atendidas y tratadas eficazmente.
Según un informe de la Asociación de Investigadores y Productores Farmacéuticos de Estados Unidos (PhRMA), a día de hoy son ya más de 600 los medicamentos en investigación dirigidos a enfermedades que afectan exclusivamente, o en mucha mayor medida, a las mujeres.
Entre estos fármacos en estudio cabe destacar los cerca de 200 para cánceres de la población femenina como los de mama, ovario, útero y cuello uterino; los más de 130 para trastornos neurológicos, caso de la enfermedad de Alzheimer, la migraña o la esclerosis múltiple; o los casi 90 para enfermedades autoinmunes –en las que la prevalencia en mujeres duplica a la de los varones–, como el lupus, la miastenia grave, la esclerodermia o el síndrome de Sjögren. Para el área de salud mental, que engloba patologías cuya prevalencia se ve duplicada en las mujeres, son 45 los medicamentos en investigación, incluidos trastornos de ansiedad, depresión, depresión posparto y trastornos alimentarios.
La incorporación de la perspectiva de género en la investigación biomédica ya ha tenido un importante impacto. Por ejemplo, en la mejora de la esperanza de vida del cáncer de mama –el segundo con mayor mortalidad entre las mujeres–, cuyas tasas de mortalidad se han reducido hasta un 42% en las últimas tres décadas. O también en el cáncer de cuello de útero, directamente vinculado con la infección por el virus del papiloma humano (VPH), y en el que el uso generalizado de la vacuna contra el VPH está reduciendo enormemente la prevalencia de la infección.
Sin embargo, y a pesar de estos avances, son muchos los desafíos que quedan por abordar. Uno de estos retos se encuentra en el ámbito de los ensayos clínicos, fundamentales para que los nuevos medicamentos lleguen a los pacientes. Como destaca la Federación Internacional de la Industria Farmacéutica (IFPMA) en su informe Diversidad e inclusión en ensayos clínicos: perspectiva y principios bioéticos, publicado la semana pasada, “creemos que el conocimiento obtenido de los ensayos clínicos debe utilizarse para apoyar el desarrollo y uso de medicamentos, vacunas y otras terapias innovadoras, con el fin de desarrollar el tratamiento adecuado para el paciente adecuado. Consideramos que las poblaciones de pacientes en los ensayos clínicos deben reflejar la epidemiología y la demografía de quienes se beneficiarán de las nuevas terapias. Con este fin, defendemos que la diversidad y la inclusión en los ensayos clínicos es una cuestión tanto de equidad como de rigor científico y, como tal, todas las personas deben tener las mismas oportunidades de participar en los ensayos”.