Fabricar medicamentos no es fácil. Cuando tenemos entre los dedos una simple cápsula, podemos estar seguros de que contiene una cantidad determinada de compuesto, exactamente la que se indica en el envase. Esto es así porque en la fabricación de medicamentos se parte de unos elevados estándares —las denominadas normas de correcta fabricación— que aseguran la consistencia en la producción, la validación de los procedimientos y el rechazo de las desviaciones sobre las especificaciones marcadas.

En España, tenemos la suerte de contar con más de 80 plantas de producción de medicamentos de uso humano que cumplen con dichas normas de correcta fabricación. Y no solo para elaborar formulaciones orales, sino también inyectables o colirios —que imponen condiciones de esterilidad— o medicamentos tan extraordinariamente potentes que requieren trabajar en una atmósfera confinada o que obligan a producir a bajas temperaturas. Estamos preparados para fabricar prácticamente todas las formas farmacéuticas. Este es, afortunadamente, nuestro actual potencial.

La industria farmacéutica, resistiendo al fenómeno de deslocalización que se ha producido en otros sectores, ha mantenido sus plantas en España. Esto nos ha beneficiado, sin duda, en esta crisis tan dura que ha provocado la pandemia del coronavirus; como han reconocido nuestras autoridades sanitarias en momentos en los que algunos medicamentos habrían podido escasear si no hubiese sido por el comportamiento de las compañías farmacéuticas, que disponían de capacidades productivas en nuestro territorio y las reposicionaron para hacer frente a esa emergencia…

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