Todavía nos queda mucho por aprender sobre la pandemia de COVID-19 como profesionales de la salud. También como ciudadanos.
Por un lado, porque sus efectos no se limitan al ámbito médico. También se extienden a lo económico, lo social y lo político-sanitario, donde nos muestra la complejidad e incertidumbres de la pandemia. Esta ha puesto de manifiesto la necesidad de colaboración dentro del sector sanitario, y entre este y el conjunto de la sociedad.
Por otro lado, porque lo que aprendamos de esta crisis dependerá en parte de nuestra capacidad y voluntad para hacernos las preguntas adecuadas. También aquí se precisa del debate de sanitarios y ciudadanos.
En este sentido, existe un tema que provoca inquietud en los médicos –principalmente de atención primaria– y los pacientes. Se trata de la sustitución de la asistencia presencial por la consulta telefónica. Este cambio fue adoptado al principio debido al confinamiento, pero continúa teniendo una presencia muy importante en el sistema sanitario.
Para muchos sanitarios la imposibilidad de relacionarse directamente con el paciente desvirtúa la asistencia. Afecta a la comunicación –no solo verbal–, a la exploración y a la integralidad de una atención centrada en la persona y no solo en un síntoma o enfermedad.
Otros consideran que la comunicación telefónica o por internet ya se practicaba, aunque de manera más puntual y con pacientes conocidos. El objetivo tras la experiencia del confinamiento sería mejorar los aspectos organizativos, legales y profesionales. Así se podría reducir la saturación de las consultas presenciales.
Entre los pacientes las opiniones también son diversas. Quizás entre los más jóvenes –más ocupados y con mayor nivel educativo– la consulta telefónica les permitiría consultar su problema de salud, por lo general agudo y no grave, sin necesidad de desplazarse. Las personas de más edad, con varios problemas de salud crónicos y agudos y menor capacidad de comunicación, verían la sustitución de la consulta persona-persona como una barrera de acceso que les llevaría a buscar alternativas como los servicios de urgencia.
Faltan datos para evaluar la teleconsulta actual
La teleconsulta en sus diferentes variantes (teléfono, vídeo, correo electrónico) cuenta con numerosos artículos en revistas médicas referidos, mayoritariamente, a situaciones de difícil accesibilidad geográfica y a países con sistemas sanitarios diferentes.
En nuestro caso, y a pesar de su utilización generalizada desde el inicio del confinamiento, no contamos con datos que permitan la evaluación de sus efectos. Estos deberían medirse tanto en función del profesional –su ámbito y práctica asistencial– como de los pacientes –como el tipo de problema de salud, la edad, el género, y las condiciones de vida y trabajo–.
El aquí y ahora de la sustitución de la consulta presencial por la telefónica se encuentra condicionado por las circunstancias extraordinarias, y en principio transitorias, de haber tenido que responder ante una pandemia.
Todavía no sabemos cuál será su evolución y cómo deberá organizarse la asistencia en caso de que se prolongue en el tiempo. La falta de información rigurosa sobre los efectos de dicha sustitución debería obligarnos a ser prudentes y a promover estudios correctamente diseñados al respecto antes de tomar decisiones que hipotequen el modelo de asistencia más allá de la pandemia.
Por qué, para qué y para quién
Un segundo peligro que deberíamos prevenir es el de olvidarnos de que la teleconsulta es un medio, y situar su debate en abstracto mediante preguntas sobre si es “buena” o es “mala” o si los pacientes la prefieren o no.
El peligro no es nuevo, ya que se repite ante la posibilidad de incorporar nuevas tecnología y sistemas. El valor de dichos cambios dependerá siempre de los efectos derivados de su aplicabilidad. Por eso es imprescindible responder a los por qué, para qué y para quién de su utilización antes de preguntarnos el cómo y cuándo incorporarlos.
Las nuevas tecnologías ayudan, y pueden llegar a ser imprescindibles, en el desarrollo de las estrategias de resolución que adoptemos ante determinados problemas. Sin embargo, no sustituyen ni deciden las estrategias a seguir: son las personas e instituciones las responsables de su diseño e implementación.
Resulta de interés mucho de lo publicado acerca de las condiciones de uso de la teleconsulta en cuanto a identificación, confidencialidad, amparo legal, tiempo y habilidades requeridas, y los ritmos de su implantación. Dichas aportaciones deberían complementar, y no preceder, a las estrategias para la mejora de la salud de las personas, la buena práctica de los profesionales y la calidad de los servicios de salud.
En 2013, Médicos de Catalunya publicó un informe sobre telemedicina y visitas no presenciales. En él se advertía que la virtualidad no debería servir de coartada para rentabilizar la jornada laboral desde un punto de vista mercantil. Además, defendía la necesidad de tener en cuenta sus repercusiones en la relación médico-paciente y en la calidad de la asistencia.
Hoy también hay voces que alertan sobre el peligro de que la generalización de la consulta telefónica conlleve un incremento del uso inadecuado de los servicios de salud por parte de la población. Esto tendría el efecto paradójico de una mayor sobrecarga asistencial, directa o indirecta.
No debería servir para ocultar las mejoras necesarias en nuestro sistema de salud
Es aquí donde hemos de plantearnos qué estrategias necesita nuestro sistema de salud teniendo en cuenta su situación antes, durante y después de la pandemia. Todo ello sin olvidar el cuestionamiento que la COVID-19 ha supuesto para con los excesos de autocomplacencia y de declaraciones retóricas en las políticas sanitarias.
Si debemos reforzar la atención primaria tras constatar su infradotación, sobrecarga asistencial y falta de reconocimiento y motivación de sus profesionales, ¿qué estrategias, recursos y estructuras está previsto implementar?
Si se ha demostrado que la colaboración y coordinación entre especialidades, profesiones y sectores asistenciales, sociales y de salud pública, requiere del fortalecimiento de cada una de ellos y del reconocimiento y colaboración recíprocos, ¿qué cambios de futuro se prevén?
En definitiva, ¿estamos dispuestos a apostar por un sistema público de salud de calidad, fundamentado en la atención primaria y donde el encuentro médico-paciente cuente además de con los mejores conocimientos, formación y experiencia, también con la empatía, la confianza mutua y la continuidad a lo largo del tiempo?
Desde dicha apuesta, la teleconsulta podría desempeñar un importante papel de ayuda complementaria. Fuera de ella, corre el peligro de contribuir al preocupante deterioro de una atención primaria imprescindible para un sistema de salud público, sostenible y de calidad.
Carlos Calderón Gómez, Médico de Familia y Tutor Docente jubilado. Osakidetza-Servicio Vasco de Salud, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.