Las noticias acerca de la penicilina y sus efectos terapéuticos pronto saltaron a la prensa general. Así, el sábado, día 11 de marzo de 1944, ‘La Vanguardia española’ se hacía eco del tratamiento recibido por la niña Amparo Peinado y, tras haber hablado con el padre de la niña, daba cuenta de su estado general y el descenso de la fiebre experimentado.

Al día siguiente, el mismo periódico hacía una serie de “precisiones sobre la penicilina”, subrayando el hecho de que en Barcelona ya se producía penicilina desde hacía casi dos años, aunque, eso sí, a escala limitadísima, por parte del bacteriólogo Antonio Valls, haciendo constar que “nuestra Patria es el segundo país de Europa que la ha obtenido, lo que es un motivo de orgullo para la ciencia médica española”.

En la información también se daba cuenta de que el doctor Valls, a la vez que obtenía caldos penicilínicos cada vez más puros, había conseguido aislar de las naranjas en descomposición del mercado del Borne más de 180 razas de hongos, entre ellos uno del género ‘Penicillium’ que, sin dar grandes cantidades de sustancia inhibidora (la “bornina”), tenía una neta acción sobre los gérmenes.

La crónica, firmada por H. Saenz, recogía asimismo las investigaciones de los doctores Pedro González, Jaime Suñé y Francisco González, y afirmaba que otros importantes científicos, como Oliver Suñé, Antonio Oriol Anguera y José Antonio Grifols habían conseguido también pequeñas cantidades de la preciada sustancia, con las que se había tratado a algunos pacientes con infecciones diversas. El periodista terminaba el artículo afirmando que “no hay duda de que por este camino se llegará a extraordinarios descubrimientos”.

El doctor Antonio Valls se sumaría al equipo de Jaime Suñer Pi en el Laboratorio Experimental de Terapéutica Inmunógena (Leti), cuyas investigaciones permitieron mejorar los procesos de obtención de la penicilina y conseguir que su forma sódica, denominada penicilina Leti, fuera aprobada por el Instituto Nacional de Control y la Dirección General de Sanidad en mayo de 1946. Ese mismo año, los laboratorios Leti iniciaron un proceso de adaptación para la producción industrial de este antibiótico, en colaboración con otro laboratorio barcelonés, Unión Química Farmacéutica (Uquifa).

La introducción de nuevas técnicas permitió mejorar el rendimiento de los cultivos y multiplicar por 10 la producción inicial, lo que hizo posible extender los beneficios del fármaco a un mayor número de personas, aunque la demanda de la población era mucho mayor no solo que las unidades que podía proporcionar Leti/Uquifa, sino también que las producidas por los Laboratorios del Dr Esteve (su dueño y fundador, Antonio Esteve, había incorporado a su equipo investigador al doctor Antonio Oriol Anguera) y por el madrileño Instituto de Biología y Sueroterapia (Ibys).

Desde EE.UU.

Pese al interés español, la mayor parte de la producción mundial de penicilina procedía de fabricantes estadounidenses. En septiembre de 1944, España llegaba a un acuerdo comercial con el Gobierno estadounidense para recibir, de manera regular, el preciado fármaco. Con el fin de controlar su importación, distribución y empleo, tal y como recomendaban las autoridades sanitarias estadounidenses, el Consejo Nacional de Sanidad nombró una comisión técnica, presidida por el doctor Carlos Jiménez Díaz, conocida como “Comité Nacional de la Penicilina”, que tomó el control absoluto del medicamento.

Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, los problemas de desabastecimiento, especialmente de las zonas rurales, continuaron hasta que a finales de 1946 se autorizó la venta de libre de penicilina en las farmacias. A partir de este momento, la penicilina se convertiría en un remedio popular, aunque escaso.

Con objeto de asegurar un abastecimiento más regular, equitativo y eficiente, en septiembre de 1948 el Gobierno declaró la producción de penicilina de interés nacional y convocó, mediante decreto, un concurso entre las empresas farmacéuticas españolas para conceder las licencias de fabricación, utilizando patentes y procedimientos de otras compañías extranjeras. Fue, por una parte, un pequeño grupo de laboratorios (Leti, Uquifa, Abelló, Ibys, Zeltia y el Instituto Llorente) interesados en el proyecto, que formaron una sociedad conjunta, Antibióticos S.A., para construir una planta de producción en León (Antibióticos se valió de la colaboración y las patentes de la farmacéutica Schenley Laboratories, de Indiana, EE.UU.), y, por otra parte, la Compañía Española de Penicilina y Antibióticos (CEPA), asociada a la empresa norteamericana Merck & Co., quienes obtuvieron la concesión en exclusiva de la producción de penicilina y el desarrollo de nuevos antibióticos que comenzaban a ser aislados en España.

A partir del año 1949 se puso término a la escasez de penicilina en las farmacias y al estraperlo en las calles. A principios de la década de los cincuenta, la industria farmacéutica estaba en condiciones de garantizar un suministro de más de seis toneladas de antibióticos al año, a partir de la “penicilina española” y de la “penicilina extranjera” producida por las compañías internacionales ya instaladas en España y con patentes debidamente autorizadas, así como de la fabricada por nuevos consorcios, como los de la compañía danesa Leo Pharmaceutical y la española Alter.

Todo ello tuvo una fuerte repercusión en el mercado farmacéutico e influyó decisivamente en la mejor atención terapéutica a los pacientes con enfermedades infecciosas. Curiosamente sería la CEPA, algunos años después, quien proporcionaría a la comunidad científica el primer antibiótico desarrollado enteramente en España. Se trataba de la fosfomicina, antimicrobiano de gran utilidad terapéutica, especialmente en el tratamiento de las infecciones del tracto urinario.

Crónica social

En la crónica social, uno de los hechos que más atrajo la atención de los ciudadanos fue el viaje que Fleming realizó a España en la primavera de 1948, visitando Madrid, Barcelona, Sevilla y otras ciudades. El NoDo dio cumplida cuenta de las más importantes actividades de la gira del científico británico y permitió acercar a los españoles la figura de quien había cambiado la vida de tantos seres humanos y con quien muchas personas se sentían en permanente gratitud.

¡El doctor Alexander Fleming en la visita al Hospital de la Caridad de Sevilla junto al doctor Francisco Navarro López en junio de 1948.