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Comemos mejor de lo que pensamos
La población adulta española ingiere una media de 2.542 calorías diarias, en torno a 250 menos que hace 20 años. A pesar de ello, la tasa de obesidad en ese período creció de un 17% a un 21%, probablemente debido a un estilo de vida más sedentario. Afortunadamente, y al contrario de lo que cabría esperar, la población menor de 60 años presenta una menor mortalidad cardiovascular que la de otros países de nuestro entorno, un fenómeno que los investigadores asocian, en parte, al hecho de que los españoles, sobre todo las mujeres, suelen tener una tasa superior de colesterol «bueno» (HDL), cuyo efecto cardioprotector es bien conocido.
Estas son algunas de las conclusiones del Estudio DRECE (Dieta y Riesgo de Enfermedades Cardiovasculares en España). Cerca de 5.000 personas de ambos sexos y de edades comprendidas entre los 5 y los 59 años (en origen) han formado parte de este seguimiento, en el que han participado 52 centros de salud de toda España y más de 100 investigadores.
Cambios notables
La dieta de los españoles ha sufrido cambios notables a lo largo de estas dos décadas aunque, como señala el Dr. Agustín Gómez de la Cámara, de la Unidad de Investigación Clínica e Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid, «al comienzo del estudio, en 1991, se evidenció la existencia de una dieta mediterránea en la que se mantenía la alimentación tradicional, un patrón que aún hoy permanece». Es más, según los expertos del DRECE, la dieta española, sin ser la mejor posible, no ha empeorado: «aunque aun consumimos menos hidratos de carbono de los que debiéramos, casi cumplimos las recomendaciones en lo que se refiere a proteínas y tipos de grasas».
Según explica el Dr. José Antonio Gutiérrez, del Instituto DRECE de Estudios Biomédicos, «el panorama sobre los hábitos alimentarios de la población española no es malo; nos aproximamos a las recomendaciones dietéticas saludables, sin detectar cambios que pueda ser motivo de alarma». De hecho, la evolución a lo largo del tiempo muestra una ligera tendencia a ser más cardiosaludable.
Actualmente, el 42,2% de la energía que ingieren los españoles proviene de los hidratos de carbono (cereales, patatas, legumbres), respecto al 40,2% de 2003; un porcentaje mejor aunque todavía por debajo del 50% recomendado. Por el contrario, el consumo de grasas totales y proteínas sigue siendo elevado.
Bebidas azucaradas
Respecto a la fuente de los hidratos de carbono, comemos menos legumbres, pero algo más de frutos secos. Además, ha disminuido la ingesta de cereales (pan, arroz, pasta, etc.). Por el contrario, este aporte calórico se ha ido sustituyendo por otros alimentos como refrescos, zumos y otras bebidas azucaradas, un aspecto que preocupa a los médicos ya que «este hecho puede pasar desapercibido, pero su asociación con la obesidad y el síndrome metabólico es claro», aclara el Dr. Gutiérrez. Un aspecto positivo es el aumento notable en el consumo de pescado, alimento rico en proteínas, con mejor contenido de grasas y mayor aporte de ácidos grasos omega-3.
En cuanto a la calidad de la grasa consumida, en España perduran los hábitos alimentarios propios de la dieta mediterránea y el consumo de aceites sigue siendo el tradicional, con una preferencia mayoritaria por el de oliva, observándose una estabilidad en su uso.
Lo que sí parece haber cambiado es la calidad de la grasa nutricional, con un incremento de consumo de lácteos (sobre todo desnatados) y una transferencia del consumo de carne grasa hacia cárnicos con más riqueza en proteínas y menor contenido graso como el jamón, el pavo, el pollo o la ternera. La ingesta de pescado también ha ido creciendo con los años. «Esto se traduce en una disminución de la grasa saturada (la más negativa para la salud) y un aumento relativo en la grasa monoinsaturada», explica el Dr. Gutiérrez. «Aún así, se mantienen altos los consumos de quesos, bollería y aperitivos con elevado aporte energético, de grasas saturadas y ácidos grasos trans, poco deseables desde el punto de vista de la salud cardiovascular», advierte este especialista.
La doble paradoja española
El incremento de las tasas de obesidad observado en la población española a pesar del descenso en la ingesta total de calorías es una de las conocidas como «paradojas españolas». Tal y como explica el Dr. Miguel Ángel Rubio, coordinador de la Unidad de Nutrición Clínica y Dietética del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, la obesidad «se produce en mayor medida en zonas económicamente más desfavorecidas como Andalucía, Extremadura, Galicia y Canarias, donde hay una mayor proporción de personas con menor nivel socioecómico y cultural que acceden a un tipo de alimentos más baratos, que suelen contener más grasa o son más ricos en hidratos de carbono». Además, achaca el aumento de obesidad al modo de vida sedentario: «Los jóvenes dedican cada vez menos tiempo a la actividad física y más a ver la televisión o a permanecer delante del ordenador, lo que, a su vez, puede incitar al sobreconsumo inadvertido de picoteos».
Aunque España cuenta con el mismo porcentaje de población con obesidad, con colesterol elevado o con hipertensión arterial que otros países del entorno, presenta una de las cifras de mortalidad cardiovascular más bajas del mundo. Es la segunda paradoja española. «Probablemente haya un origen genético para explicar esta paradoja, pero, por otro lado, el estudio DRECE pone de manifiesto que los españoles, sobre todo las mujeres, presentan una de las cifras de colesterol «bueno» (HDL) más elevadas respecto a otros países con mayor mortalidad cardiovascular», indica el Dr. Gómez de la Cámara.
El impacto de la diabetes
Las enfermedades cardiovasculares constituyen, junto con el cáncer, la primera causa de mortalidad y morbilidad en los países desarrollados. En España, su efecto se traduce cada año en más de 125.000 muertes y alrededor de cinco millones de ingresos hospitalarios. Sin embargo, según explican los investigadores del Estudio DRECE, uno de los datos más llamativos observados en este seguimiento de 20 años es que, en la población estudiada, el 40% de las defunciones producidas en menores de 74 años lo son por cáncer, mientras que la mortalidad por enfermedades cardiovasculares apenas alcanza el 16%. «Detrás de estos fallecimientos precoces por enfermedad cardiovascular suele estar la diabetes -explica el Dr. Gómez de la Cámara-. Y esto debería llamar la atención de los responsables de las políticas sanitarias sobre la importancia de detectar y tratar adecuadamente esta enfermedad».
Según se pone de manifiesto en DRECE, la mortalidad por enfermedad cardiovascular en España ha disminuido en estos años, si bien al analizar esta tendencia ello parece atribuible al mayor descenso de las enfermedades cerebrovasculares.
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