José María Bermúdez de Castro, codirector del yacimiento de Atapuerca
«Lo ideal sería que pudiéramos llegar a los 100 años como si tuviéramos 30»
Acaba de publicar ‘Exploradores: la historia del yacimiento de Atapuerca‘, un libro en el que repasa la historia de este yacimiento burgalés, que codirige y cuyos hallazgos han cambiado la historia de la evolución humana. En esta entrevista, el biólogo José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952) nos habla de la importancia de este descubrimiento y reflexiona sobre el pasado y el futuro de la Humanidad.
Bermúdez de Castro recibió en 1997, junto con Juan Luis Arsuaga y Eduard Carbonell, el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en reconocimiento a la importancia de los descubrimientos paleoantropológicos realizados en Atapuerca, un yacimiento que los tres investigadores codirigen y donde encontraron en el año 1994 los restos del ‘primer europeo’.
¿Por qué decidió escribir este libro?
Llevamos trabajando en Atapuerca 30 años y los grandes descubrimientos de este yacimiento se produjeron sobre todo en los años 90. Tuvimos la fortuna de hacer grandes hallazgos y empezamos a publicar muchas cosas. Durante este tiempo, el ‘feedback’ que hemos tenido de los colegas en algunos casos ha sido muy positivo y, en otros, no tanto, porque la ciencia siempre es un debate. Y de ese debate hemos ido aprendiendo mucho. Además, en la última década hemos ido haciendo todavía más hallazgos y aprendiendo más. Hemos madurado mucho en nuestras investigaciones. Empezamos con muy poco bagaje, éramos un país casi en el tercer mundo en estos temas de la evolución humana. Sin embargo, ahora estamos en un momento muy bueno. De hecho, España estuvo el año pasado en el puesto número uno de esta ciencia. Y al ir madurando tenemos ahora una idea mucho mejor sobre la evolución, mucho más clara, más global. Y a mí me apetecía, después de todo esto, contar un poco lo que un científico como yo, que empezó de cero, ha aprendido a sus casi 60 años. Este es un libro sobre la madurez de un científico que trabaja en este tema. También me apetecía contar experiencias que he vivido.
¿Por ejemplo?
En esta última década hemos tenido oportunidad, gracias a la bonanza económica, de poder viajar, de ver otras colecciones originales, de ir a muchos congresos, de, digamos, ser científicos en el sentido real de la palabra, y no con la penuria y la precariedad que teníamos al principio. Cuando ahora se habla de austeridad no es que me ría, pero digo: «¿Austeridad? Si esa austeridad la hemos vivido ya nosotros». En los años 60 y 70 tuvimos una austeridad tremenda y para mí no supuso ningún problema. En cambio, para las generaciones más jóvenes supone un gran choque por haber pasado de pronto de la opulencia a una situación que, a mí, me parece bastante razonable todavía.
Aprovechando que toca el tema, ¿qué opina de los recortes en la investigación? ¿Nos perjudicarán?
Sí, pueden ser perjudiciales si solamente hacemos recortes y nada más. Ese es el gran debate que existe en este momento. Yo creo que los recortes están muy bien. Más que recortes es austeridad, no gastar donde no se debe. Pero también es importante invertir. Hay que hacer inversión y promocionar, hay que moverse. Porque si lo único que hacemos son recortes y nos quedamos quietos, nos hundimos y se acabó. Hay que tener acción. Creo que todos los políticos están de acuerdo con esta idea, que piensan exactamente igual que yo. Estamos sacando una falsa idea de que en la política solamente se quiere cortar y no hacer nada más. Y no. No soy de ningún partido ni tengo ningún interés político, pero creo que el Gobierno tiene que tener también en la cabeza el hecho de la acción. Y una de las acciones importantes debe ser apostar por la ciencia. Hay países al norte de Europa que han apostado por la ciencia con muchos años de trabajo y están recogiendo los frutos. Muchas de las cosas que utilizamos como tecnología han salido de la investigación de estos países nórdicos. Todo eso lo tenemos que traer de fuera. Y a mí me da un poco de pena que aquí no hagamos tanta inversión porque las patentes también son importantes.
Volviendo al yacimiento de Atapuerca, ¿por qué es tan relevante?
Atapuerca es una bendición que tenemos en España. Es un yacimiento excepcional, que está aportando una barbaridad, a pesar de estar situado en la Península Ibérica, que está en el extremo más occidental de Eurasia. Nosotros pensamos, y esta es una de las tesis del libro, la fundamental, que el centro de la evolución está justamente donde se produce, donde hay más homínidos y más posibilidad de intercambio genético. Y ese lugar, aparte de ser el Este de Asia, que es donde está realmente la cuna de la Humanidad, también está en el llamado corredor levantino y en todos los países que lo circundan. Donde ahora mismo hay muchos desiertos, pero en otros momentos hubo vergeles y zonas más cálidas, más húmedas, por lo que era un lugar perfecto para la vida. Atapuerca es un lujo. Es una maravilla, un lugar que tenemos que seguir explotando porque no tiene fin. Hay 7.000 fósiles humanos, que es una barbaridad. Hay yacimientos extraordinarios que están dando una información impresionante sobre el comportamiento de los humanos. Sobre sus características, su biología, etc.
Hablando de biología, ¿hemos cambiado mucho con respecto a los hombres de Atapuerca?
Desde el punto biológico y físico hemos cambiado muy poco. Si trajéramos aquí, por ejemplo, a un Homo antecessor, notaríamos la diferencia. Notaríamos una complexión corporal distinta, un cráneo conformado de manera diferente y una cara que nos llamaría la atención. Pero estas diferencias no son tan grandes. De hecho, desde el punto de vista genético son mínimas. Teniendo en cuenta
que compartimos con los chimpancés el 98% de los genes que conocemos, con especies tan próximas a nosotros compartimos casi todo. Ahora bien, si ya entramos en otras cuestiones, por ejemplo mentales, usted me diría: «Esta gente hacía herramientas de piedra y nosotros construimos coches». Pero la cuestión es, ¿quién construye los coches? ¿Usted? ¿Yo? No, los construye la sociedad. La respuesta no está en que puedan haber cambiado unos poquitos genes, como dicen algunos investigadores, que nos han permitido tener algunas capacidades cognitivas un poco más desarrolladas, sino en el hecho de que somos muchísimos más humanos en el planeta debido a la cultura neolítica, al cambio económico hacia la agricultura y la ganadería. Eso supuso un crecimiento demográfico, porque se pudo explotar mejor la tierra y a los animales y hubo más cantidad de alimentos y más hijos. Y al final surgieron las ciudades y esa comunicación mayor entre las personas. Una comunicación que ha hecho que ahora tengamos, en lugar de cerebros aislados, separados en tribus por cientos de kilómetros, ciudades donde hay un cerebro colectivo que es capaz de hacer la tecnología que tenemos en este momento. Son más las circunstancias ambientales que los posibles cambios genéticos que hayan existido entre estos ancestros y nosotros.
A partir de los hallazgos de Atapuerca y de otros yacimientos, ¿se puede predecir cómo será el hombre del futuro?
No, es imposible. No se puede porque no podemos predecir con facilidad cómo va a ser el medio ambiente. Se sabe con certeza que dentro de algún tiempo volverá una glaciación y que no lo vamos a pasar bien, y está claro que tendremos que cambiar en ese momento y adaptarnos a esta situación. Pero es que tampoco sabemos cómo pueden cambiar los genes. La evolución depende del cambio genético, es decir, de la riqueza genética que tengas, que es la variación que se va produciendo de una manera espontánea, por mutación, y de los cambios ambientales. Y todo esto es muy difícil de predecir. Además hay otra cuestión, ¿podemos manipular el genoma humano? Ya lo conocemos. No solamente conocemos el genoma, los 20.000 genes que son operativos, sino que también estamos avanzando en para qué sirve cada uno de ellos. Con lo cual, cuando sepamos, no solamente el mapa genético sino también para qué sirven las cosas, podremos decidir qué hacer. Y la primera cuestión será: está bien, podemos eliminar o erradicar una enfermedad, pero ¿es ésto ético?
De hecho esa es una de las grandes preguntas, si es ético que el hombre intervenga en cómo va a ser su evolución.
Es que, en el sentido biomédico, ya se está haciendo. La ciencia médica avanza, porque somos insaciables en el conocimiento, y lo que trata es de erradicar enfermedades, de curar… Y todo esto me parece muy bien. Lo que ocurre es que podemos llegar a los 100 años pero no en unas condiciones muy buenas. Lo ideal sería que pudiéramos llegar a los 100 años como si tuviéramos 30. Ese es el efecto de la eterna juventud que ha preocupado a la Humanidad durante mucho tiempo, pero que ya es más complicado, es más ciencia ficción, aunque sería muy interesante conseguirlo. Con respecto a si esa manipulación genética es deseable, ya se hace. Ya se dice: «vamos a curar a un feto antes de nacer, y vamos a modificar este gen para que nazca bien». Se está haciendo. Es ética y moralmente posible. Otra cuestión es que intentemos hacer una super-especie, que decidamos manipular los genes para conseguir ser más listos, más guapos o más altos. ¿Eso es éticamente posible? No lo sé, eso ya es una cuestión que deben decidir las generaciones futuras, ahora mismo no se plantea y yo no me quiero preocupar por eso. Pero si es así, sí que conseguiríamos cambiarnos. Y ya no habría una selección natural. También hay muchos investigadores que hablan de la complicidad entre las máquinas y los humanos. De la posibilidad de que haya esa hibridación y seamos capaces de utilizar la tecnología para mejorar nuestras capacidades. Esos son cambios también, posibilidades para el futuro.
Entrevista publicada en el número 24 de la revista ‘Pacientes’, de agosto de 2012