Tribuna de opinión
Una mirada hacia el TDAH más allá de las etiquetas
Cuando hablamos de condiciones tan en boga como el TDAH sucede a menudo que el grueso de la población ostenta una serie de ideas preconcebidas y en muchos casos reduccionistas que generan un sentimiento de incomprensión en los afectados. El auge de la preocupación por la salud mental que afortunadamente venimos experimentando desde hace unos años, unido a la difusión masiva de contenido en redes sociales, ha contribuido al sobrediagnóstico de este tipo de cuadros en individuos que, en todo caso, resultarían subclínicos.
De este modo, cuando todo es TDAH parece que nada lo es realmente y muchos pacientes, al igual que ocurre con los cuadros ansiosos o depresivos, no abrazan su diagnóstico. Por tanto, no se adhieren a un tratamiento acorde al considerar que no se trata de una condición que lo merezca. Bien es cierto que el TDAH es un trastorno contradictorio desde el punto de vista de lo experimentado por el afectado y su entorno, lo que puede generar cierto descrédito en quienes no lo conocen.
Esto puede ejemplificarse en paradojas sintomáticas tales como aburrimiento frecuente y deseo de estimulación, pero falta de iniciativa. O bien elevada sensibilidad a los comentarios o acciones de terceros, pero falta de empatía y filtro. Todo esto termina generando en el paciente una confusión en su sentido de identidad y un ambiente protagonizado por las discusiones y reproches del resto ante la falta de coherencia e incapacidad para separar el síntoma de lo que no lo es.
Actualmente, se estima que este trastorno del neurodesarrollo afecta a aproximadamente un 8% de la población según la Organización Mundial de la Salud (OMS), tratándose de una condición a menudo hereditaria y más diagnosticada en varones. Aunque esto último cabría considerar que se debiese también a una mayor visibilidad de la sintomatología entre ellos, resultando la de las mujeres ser más inatenta y menos hiperactiva y, por tanto, menos disruptiva en entornos como el aula o el hogar en términos generales.
Se caracteriza principalmente por dificultades en las funciones ejecutivas, aquellas de las que se ocupa el lóbulo frontal. Problemas en la memoria de trabajo, la velocidad de procesamiento, la organización, la
inhibición de impulsos, la perseverancia, la gestión del tiempo, la estructura y planificación o la capacidad para adaptarse al cambio. Además de, por supuesto, la atención sostenida en actividades que no resulten especialmente estimulantes y la regulación del nivel de actividad.
Unido a la sintomatología mencionada, a menudo se presentan colateralmente dificultades emocionales. Bien porque el trastorno cuenta con comorbilidades (como el TOC, el síndrome de Tourette, los tics) o bien como consecuencia de los síntomas inherentes al TDAH. No es infrecuente que individuos que no han sido diagnosticados y tratados terminen presentando cuadros de personalidad como el trastorno límite o problemáticas derivadas de un mal manejo del control de los impulsos como el consumo de sustancias, el juego patológico o la sobreingesta.
El diagnóstico debe llevarse a cabo de la mano de profesionales cualificados y acompañado de pruebas psicométricas, no meramente de una entrevista observacional. Será también importante, además de las pruebas atencionales, contar con un perfil intelectual del evaluado antes de proponer pautas de tratamiento o manejo.
Pese a que no en todos los casos es recomendable la medicación, normalmente el tratamiento deberá implicar a varios profesionales y ser multidisciplinar. Si se trata de un menor, será aconsejable el seguimiento por parte de neuropediatría, pudiendo ser un psiquiatra quien acompañe al paciente adulto. Además, se recomendará un tratamiento enfocado a mejorar el rendimiento de las funciones ejecutivas y un abordaje de la sintomatología psicológica de ser necesario.
Es de suma importancia, en caso de pacientes en edad escolar, colaborar estrechamente con el centro educativo y con la familia de cara a ofrecer pautas acordes al caso particular. En muchas ocasiones, será
necesario atender también a los padres, bien de manera individual o como pareja, puesto que este tipo de condiciones pueden suponer un reto en la crianza que erosione la relación o la autoestima como padres.
Los individuos con TDAH cuentan con una forma personal de percibir el mundo y el entorno que también es importante rescatar en el tratamiento y en la relación cotidiana. Resulta, en muchos casos, muy enriquecedor escuchar sus propuestas y soluciones ante dificultades o retos y, por su competitividad y
obligatoria frustración constante en el día a día, pueden llegar a desarrollar una fortaleza admirable.
No debemos olvidar que llegar a una mejor comprensión diagnóstica pasa obligatoriamente por humanizar, individualizar y ver al paciente más allá de su cuadro clínico.